lunes, 14 de septiembre de 2009

"Gamer", un videojuego disfrazado de película

Crítica de Gamer.

Existe un tipo de cine destinado a aquellos que acuden a las salas a pasar el rato, sin más. No es ni mejor, ni peor. Cuestión de gustos. Y, a veces, es necesario ver películas de este tipo, en las que uno pone la neurona en modo off y dejarse llevar por una película que desde el primer plano al último resulta matemática. Basta contar con cierto pasado cinematográfico (tampoco es necesario mucho) para saber cuál será el siguiente salto de línea en el guión. Así es Gamer. Una película más que previsible desde el tráiler en la que casi sólo con leer el argumento ya se sabe cómo se va a desarrollar. Destinada a amantes de los videojuegos, los poco asiduos a aferrar el mando de la consola y disparar como posesos tendrán ciertas dificultades para seguir el desarrollo de las batallas.

Kable (Gerard Butler) es el héroe de brazos musculosos y gatillo fácil. Y Ken Castle (Michael C. Hall), el villano que creo dos mundos virtuales en los que el ser humano puede dar rienda a cualquier tipo de perversión. El primero, Society, es un juego sim en el que el estereotipo de gamer no es otro que el de un treintañero pasado de kilos, pervertido e incapaz de salir de su casa por culpa de su sobrepeso. El otro, Slayers, consiste en batallas y más batallas, masacre, sudor y sangre a partes iguales. La peculiaridad de estos juegos es que son reales. Los protagonistas de la pantalla son seres humanos que se convierten en esclavos de sus congéneres a cambio de dinero los primeros y de la libertad los segundos. Kable pertenece al segundo tipo. Es un preso (condenado injustamente, se entiende) que ha sobrevivido a 27 batallas. Está a sólo tres de alcanzar la libertad y su vida está en manos de un adolescente, que es quien maneja los hilos desde fuera. Simon (así se llama) es el otro estereotipo de jugador.

Y eso es Gamer, un tremendo y caro videojuego en el que el personaje de Butler reparte justicia y mandobles para salvar la vida de su esposa e hija mientras el perturbado y egocéntrico Castle intenta impedírselo. Y ya está. La película no tiene más. Muchos tiros, violencia, movimientos de cámara imposibles, poca carga dramática... ¿Quién le pediría más? (M.J. Arias)




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