miércoles, 10 de marzo de 2010

'Green zone', un thriller ficticio sólo a medias

Crítica de Green zone. Distrito protegido

Si dirige Paul Greengrass y actúa Matt Damon, el resultado tiene que ser un buen thriller. En Green zone. Distrito protegido, cineasta y protagonista de las dos últimas entregas de la saga de Bourne vuelven a unirse para ofrecer al espectador una historia de ficción que cuenta con el aliciente de desarrollarse en un marco histórico real y relativamente reciente.


Roy Miller (Matt Damon) es uno de los muchos subtenientes del Ejército estadounidense que ha sido enviado a Irak para llevar acabo la operación de búsqueda de las armas de destrucción masiva que fueron, dicen, el detonante de la guerra. Sólo han pasado cuatro semanas desde el inicio del conflicto y el país es un caos. El Gobierno es prácticamente inexistente. El pueblo está cansado de pasar sed y hambre. Los enfrentamientos se suceden uno tras otro mientras las bombas caen del cielo sin descanso. Con este difícil panorama por delante, Miller y su equipo no sólo tienen que poner orden el caos reinante, sino encontrar las ADM que se esconden por el basto territorio iraquí. Ésa es su misión.

El problema es que algo falla en la cadena. La información que llega hasta los ejecutores de las operaciones no es fiable y cada operación de búsqueda es un fracaso que se suma a la lista. Así, esta sucesión de localizaciones erróneas y el empecinamiento de los altos mandos en confiar en la fuente que las proporciona es lo que hace sospechar a Miller de que algo no encaja en toda esta historia. En ese momento es cuando arranca la verdadera acción y Miller/Bourne (a veces es inevitable acordarse del desmemoriado asesino a sueldo) empieza a ir por libre.

Intereses oscuros, mentiras, violencia, intriga y, sobre todo, mucha acción. Green zone utiliza los recursos de un género, el thriller, para fabricar puro entretenimiento. La tensión nace de una primera escena electrizante y logra mantenerse durante prácticamente todo el metraje, pese a que, hacia el final, todo tiende a ser excesivamente previsible. Pecado que, lamentablemente, se repite cada vez más en las salas. Bien sea porque es mucho el cine que el espectador ha visto a estas alturas o porque existe cierto grado de falta de imaginación entre los guionistas a la hora de cerrar las historias. Pero, disertaciones cinéfilas a un lado, no se puede negar que la película funciona.

Greengrass vuelve a ofrecer un producto interesante, bien rodado, orquestado con sumo cuidado y con un montaje acorde a una historia que lo que pretende es enganchar. Aunque, eso sí, el resultado no sea tan espectacular como el disfrutado en El ultimátum de Bourne. En ésta también hay persecuciones, pero a un nivel diferente. Aquí, en lugar de tejados y carreras por la Castellana hay persecuciones al nivel del suelo cargados hasta las cejas y seguimientos frenéticos en jeeps. Variantes para una mismo fin, el espectáculo en una pantalla. (M. J. Arias)

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