Crítica de La sombra del poder.
Si una película está plagada de tópicos lo más probable es que resulte aburrida y previsible. Un axioma universal que el estreno de La sombra del poder puede hacer tambalearse si el respetable la acoge como se merece y se deja llevar por una trama trepidante, de ésas en la que es mejor no perder el tiempo revolviéndose en la butaca para cambiar de postura. Dos horas largas de entretenimiento y buen hacer en una historia que primero fue miniserie de televisión (State of play, 2003) y que después de un largo periplo llega a los cines con Russell Crowe y Ben Affleck como reclamo.
Los estereotipos han sido desde siempre cuna de inspiración para los guionistas de Hollywood. Los primeros se fijaron en la realidad que les rodeaba, crearon una serie de clichés en masa y aún hoy, décadas después, siguen siendo utilizados. Pero esto no es malo si sabe hacerse con maestría, como ha sido el caso de La sombra del poder. En esta historia hay un periodista de esos de la vieja escuela, aspecto desaliñado, instinto asesino, un ego desproporcionado, afición al alcohol y que piensa que los bloggers y los periodistas on line (no nos confundamos, porque no es lo mismo) son redactores de segunda clase. Y ése viejo dinosaurio que cualquiera que haya pisado una redacción lo ha visto hacer aspavientos ante el ordenador es Cal McAffrey (Russell Crowe), quien trabaja para un periódico con nuevos dueños con ganas de carnaza y que, circunstancias de la vida, tiene que aleccionar a la prometedora Della Fyre (Rachel Adams), autora del blog del congreso.
Él investiga el asesinato de un drogadicto y ella, el supuesto suicidio en el metro de la joven y guapa ayudante del congresista Stephen Collins (Ben Affleck), amigo de McAffrey. Y aquí es cuando entra en acción el segundo estereotipo, el del político trajeado, joven, ambicioso, honrado y apuesto. No podía ser de otra forma. Dos formas de ver el mundo, dos formas de entenderlo y, por su puesto, dos formas de contarlo. Y entre medias de la investigación política y la periodística, la policial. Un triángulo condenado a entenderse pese a que no les guste la idea ni a ellos ni a la tiránica directora del periódico, la estirada Cameron Lynne (Hellen Mirren). Sin duda los cuatro protagonistas están desarrollados a la perfección por los actores, incluso el habitualmente insípido Affleck da la talla. Claro, que ayuda mucho el buen guión que hay detrás –obra de Matthew Michel Carnahan, Tony Gilroy y Billy Ray- y la dirección de Kevin Macdonald.
La enorme carga de profundidad con la que se ha dotado a los personajes aporta aún más credibilidad y emoción a la película pese a que no se confíe demasiado ni en las casualidades ni en lo que Crowe llama “periodismo del bueno”, que, para ser sinceros, no existe más allá del Watergate y de las pantallas del cine. Pero eso es lo de menos, lo importante de La sombra del poder es la capacidad para desarrollar una historia tan complicada, con tantos hilos que se entrecruzan sin dar la sensación de dejar demasiados clavos sueltos. Al final, todo se resuelve con maestría. Ganan los buenos y pierden los malos. O quizá no haya buenos ni malos, sino simplemente un ejercicio de dignidad profesional. Quien lo realiza tendrán que descubrirlo en los cines. (M. J. Arias).
jueves, 16 de abril de 2009
Lecciones de periodismo y política
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario