Crítica de La stella che non c'è.
Todo el mundo tiene una meta en su vida y Vincenzo Buonavolontà no es menos. Sin artificios que valgan y con los dos protagonistas cómo único arma narrativo, La Stella che non c’è es la historia de un hombre (un buen hombre) que sólo quiere cumplir con su deber. Vincenzo, al que da vida un enternecedor Sergio Castellitto, es capaz de abandonar su tranquilo mundo en una ciudad del litoral italiano para embarcarse en un viaje no se sabe si con retorno hacia China. Su misión es entregar a los nuevos dueños de su alto horno una pieza que debe sustituir a la defectuosa. Un periplo que se torna cada vez más complicado y en el que tropieza, casi por casualidad, con Liu Hua (Ling Tai), una lugareña con la que tuvo un encontronazo en Italia y que en tierras asiáticas se convertirá en la guía perfecta.
La Stella che non c’è (La estrella ausente en su traducción al español) no es más que la historia de dos personas muy diferentes a quienes la necesidad une. De un lado el señor Buonavolontà, cuyo apellido ya describe y al que Castellitto toma la medida a la perfección. Obstinado cuando debe serlo, dramático cuándo la situación lo requiere y cómico hasta reírse de sí mismo son las características de un personaje del que poco más sabremos que lo que dicen de él sus actos. Un desconocimiento que contrasta con la profundidad de la protagonista femenina, una casi debutante Ling Tai, a quien la falta de expresividad de su rostro la rodea de un halo de misterio aún más profundo. Una carencia comunicativa que Castellito logra solventar con creces. Y es que la película se sustenta básicamente en él, en su personaje cargado de una buena voluntad que emana felicidad a quienes le rodean y que traspasa los límites de la pantalla.
Con sólo dos protagonistas, China se convierte en el tercero en discordia. Un país al que Vincenzo no termina de entender, pero al que acabará amando. Paisajes urbanos plagados de progreso en cada esquina contrastan con la dureza de las aldeas y fábricas más recónditas. Un viaje poco turístico e intimista en el que los personajes se van conociendo poco a poco y en el que es espectador acaba por sumergirse. Con su nueva película (que aterriza en España con dos años de retraso), Gianni Amelio demuestra como del argumento más simple y (quizás) absurdo puede obtenerse un resultado más que meritorio. (M. J. A.)
sábado, 19 de enero de 2008
Cuestión de voluntad
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