Crítica de Definitivamente, quizás.
Poco es lo que se puede decir de esta película, tanto para lo bueno como para lo malo. Sólo el título y el cartel ya avisan de que lo que encontraremos tras ellos será una comedia romántica al uso en la que el final se verá venir casi desde el minuto 20 (y eso dándole un margen relativamente amplio porque a la historia le cuesta arrancar). Pero, pese a su previsibilidad, la historia funciona. Ése es el truco de las tramas románticas con un punto de humor. Tienen su público y no necesitan innovar demasiado. Cualquiera que acuda a ver una pélícula de este tipo querrá un final feliz. Una solución alternativa podría ser vista como una estafa. Esto es, al mismo tiempo, lo bueno y lo malo de la película de Adam Brooks, que ejerce de guionista y director.
El dilema con Definitivamente, quizás es cuál considera cada uno el supuesto final feliz. Que el protagonista (al que intentan vendernos como un sex symbol) se quede al final con la rubia, con la morena o con la castaña. Tres posibilidades de las que sólo una es la recomendable para la felicidad de Will Hayes (Ryan Reynolds) y la de su hija Maya (Abigail Breslin), que ejerce de cómplice de su padre. Todo empieza cuando la niña presiona a su padre para que le cuente cómo conoció a su madre, de la que está a punto de divorciarse. Después de hacerse de rogar más de lo necesario, Will accede pero proponiéndole a su hija un juego: deberá adivinar cuál de sus tres amores de juventud fue la elegida. Tres posibilidades y sólo una elección correcta. La primera, su novia de toda la vida, Emily (Elizabeth Banks), con la que tiene pensado prometerse. La segunda, Summer Hartley (Rachel Weisz), una intrépida periodista con pocos escrúpulos que le volverá loco sexualmente. Y por último, April (Isla Fisher), la eterna mejor amiga. Sólo una tiene la llave hacia la felicidad. ¿Cuál será la correcta? (M. J. Arias)
miércoles, 30 de abril de 2008
Definitivamente, previsible
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