domingo, 1 de febrero de 2009

Un cuarto de siglo sin Tarzán

Un 20 de enero de 1984, en Acapulco (México), uno de los gritos más famosos del cine se apagó para siempre. Aquel día murió Johnny Weissmuller, o como pasó a la posteridad, Tarzán. Un derrame cerebral acabó con su vida a los 80 años y puso fin a la historia de un luchador de cuerpo portentoso que conquistó tantos éxitos en la pantalla grande como en la piscina.

Weissmuller nació en 1904 en la remota ciudad de Temesvar, actualmente llamada Timisoara y situada en Rumanía. Cuando aún era un bebé, sus padres emigraron a Chicago, donde el pequeño Johnny creció y difuminó sus orígenes. El médico le recomendó que hiciese deporte y aquel hijo de inmigrantes del entonces imperio astro-húngaro se lanzó a la piscina. Para poder participar en las competiciones internacionales bajo bandera estadounidense, Weissmuller disfrazó sus orígenes y aseguró haber nacido en Pensilvania. Ahí fue donde comenzó la leyenda del que a la postre se convirtió en el Tarzán más famoso de la historia –hubo algunos antes que él y también después–.


En su palmarés deportivo figuran nada más y nada menos que cinco medallas de oro con récord olímpico incluido (París’24 y Ámsterdam’28) y 67 marcas mundiales. Pero, además, también fue el primer nadador en bajar del minuto en los 100 metros libros. Significó algo así como el Michael Phels de los años 20. En la piscina fue el auténtico rey, pero fue la jungla del celuloide la que le catapultó a la fama.


Ya fuera de la competición, Weissmuller se encontraba nadando en la piscina de un hotel cuando el guionista Cyril Hume se fijó en él. Estaba preparando la adaptación cinematográfica de la historia de Edgar Rice Burroughs y se dio cuenta de que el ex atleta sería el hombre-mono perfecto. Éste aceptó el reto y se convirtió en una de las estrellas del momento.
Rodó una docena de películas como Tarzán –la primera en 1932– y, aunque disfrutó de la gloria, siempre se sorprendió de lo que había sido capaz de conseguir con un personaje como el que le tocó. “¿Cómo puede un tipo subirse a los árboles, decir ‘yo, Tarzán. Tú, Jane’ y hacer un millón de dólares?”, solía preguntarse.

Misterio o no, lo cierto es que Weissmuller fue un auténtico filón para las productoras. Primero para la Metro Goldwyn Mayer (MGM), con la que rodó seis entregas. Y después bajo la batuta de la mítica RKO, productora para la que protagonizó media docena más de películas. Su imagen y su grito salvaje se convirtieron en un icono. Aunque sobre el origen de éste último existen algunas discrepancias. Desde la MGM aseguraron que era fruto de una mezcla de la voz del actor con gritos de animales. Pero Weissmuller siempre defendió que había salido únicamente de sus pulmones.

Fue un triunfador en el agua y en el celuloide, pero su vida personal estuvo plagada de altibajos. Se casó en seis ocasiones y murió en Acapulco, lejos de su país de adopción. Según cuenta la leyenda, el papel de Tarzán había calado tan hondo en él, que en los últimos días de su vida llegó a creerse realmente el hombre-mono. Añaden las crónicas de la época que su ataúd descendió mientras de fondo sonaba el grito que le hizo famoso. (M. J. Arias)

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