miércoles, 11 de febrero de 2009

Una sinfonía audiovisual

Crítica de El curioso caso de Benjamin Button, de David Fincher.

David Fincher es algo así como un director de orquesta. Y ver sus películas, una experiencia similar a contemplar el trabajo de una banda en la que la música es sustituida por planos y los instrumentos, por actores. Así lo ha plasmado en todos sus trabajos (con mayor o menor grado de perfección, pero siempre con su sello propio) y ha vuelto a hacerlo en El curioso caso de Benjamin Button, un cuento extraordinario en el que recupera a su actor fetiche, un Brad Pitt al que le ha caído un regalo del cielo con este papel protagonista en una curiosa revisión a la inversa de las edades del hombre.

Basándose en un relato de Scott Fitzgerald y con guión de Eric Roth (Forrest Gump), Fincher ha demostrado en esta película, candidata a trece estatuillas de los Oscar, que no necesita de la violencia para convertir una buena historia en una obra maestra. Recordado por Seven, El club de la lucha (de la que se cumplen 10 años) y Zodiac, el director de Denver ha dado un vuelco a su registro poniéndose a los mandos de una embarcación que navega por el tiempo con la soltura de un delfín. Una fotografía impecable, un guión sin resquicios, una música que acompaña y unos actores a la altura de las circunstancias convierten a El curioso caso de Benjamin Button en una firme y merecedora candidata a eclipsar a todos sus rivales en la gala del próximo 22 de marzo. Lo contrario sería tan sorprendente como decepcionante.

Benjamin es un niño cuyo reloj biológico funciona en el sentido inverso al del resto de los mortales. Nació viejo y achacoso, con las enfermedades propias de un anciano decrépito. Su padre, horrorizado, lo abandona a las puertas de un geriátrico en el que se criará rodeado de otros como él. Al menos, en apariencia. Con ancianos como compañeros de juegos y una silla de ruedas en lugar de tacatá, será a los siete años cuando conozca a su primer y gran amor, una niña pelirroja llamada Daisy que le hará sentirse, por primera vez, extraño en su propio mundo. Sus encuentros y desencuentros -plasmados en un diario que ella hace leer a su hija en el lecho de muerte- serán los que marquen el ritmo de un historia que alcanza su punto álgido precisamente en el centro, cuando Benjamin y Daisy coinciden en el ecuador de sus vidas.

Está claro que la clave del éxito de El curioso caso de Benjamin Button es la dirección, pero eso no desmerece las impecables actuaciones de los protagonistas. Al contrario, las adereza. Taraji P. Henson, nominada al Oscar como Mejor Actriz de Reparto, está inmensa en su papel de madre adoptiva del pequeño Benjamin, al que acoge y creía pese a su arrugada apariencia. Cate Blanchett se mueve delante de la cámara como la bailarina a la que da vida y despliega todos sus encantos interpretativos ayudada, en algunos casos, de un maquillaje que imagina por nosotros cómo será a los 60. Pero el auténtico protagonista es Brad Pitt, capaz de ponerse y quitarse años de encima con una credibilidad pasmosa que demuestra un amplio registro. Eso sí, en una de las escenas, su rejuvenecimiento es tal que parece sacado del metraje de Telma y Louise. Un verdadero shock. Todos ellos perfectos instrumentos bajo la batuta de David Fincher, del que no nos cansaremos de decir que se merece un Oscar. Un único 'pero', por ponerle uno, la duración. Dos horas y media largas que, sin embargo, se hacen cortas. Paradojas temporales. (M. J. Arias)

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