domingo, 15 de febrero de 2009

El chico malo ha vuelto a la ciudad

Crítica de El luchador, de Darren Aronofski.

Si hay un lugar en el mundo donde gustan las segundas oportunidades y donde los ángeles caídos son vapuleados primero y aplaudidos después, ese sitio es Hollywood. En la meca del cine andan de enhorabuena porque entre los candidatos a los Oscar -que este año sí gozan de calidad a raudales- se les ha colado un renacido Mickey Rourke nominado a Mejor Actor por hacer de sí mismo en la última del rarito (y esto es un cumplido) Darren Aronofsky. No es que Rourke haya interpretado a Rourke. Sino que el actor que tan de moda estuvo en los ochenta y que dejó el cine para dedicarse al boxeo se ha metido en la piel de un perdedor que lo tuvo todo (familia, dinero y salud) y que no supo cómo conservarlo en El luchador. Vamos, como él mismo..

Randy The Ram Robinson es una vieja gloria de la lucha libre venida a menos que tiene que conformarse con subir al ring para pelear contra admiradores suyos y sacar el dinero necesario para malvivir en una caravana. Aunque él asegura que se pone las mallas cada fin de semana porque sólo es feliz sobre la lona. Pero The Ram no es el que era. Como Rourke tras su paso por el cuadrilátero, sufre en su cuerpo las secuelas de los centenares de peleas que ha vivido. Sin embargo, las heridas que más le escuecen son las interiores. El rechazo de su hija y el de una streaper pasada de años (Marisa Tomei) que no quiere mezclarse con clientes lo condenan a la soledad absoluta. Ésa en la que llevaba años inmerso y de la que sólo ha sido consciente cuando el médico le ha recomendado no hacer esfuerzos tras un ataque al corazón.

En la realidad, Rourke recurrió a un psicoanalista para abandonar el boxeo y recuperar su pasión por la actuación. En la pantalla, su personaje lucha contra la soledad y se resiste a alejarse del calor del público. Un hombre que se arrastra por la vida perseguido por sus propios fantasmas. Un perdedor en lo personal que no ha sabido retirarse a tiempo en lo profesional. Así es el protagonista de la película más ‘normal’ de Darren Aronofsky. El director neoyorquino parece haber aparcado en este último trabajo sus paranoias formales para ofrecer al público el retrato de una vida que podía ser la de tantos otros.

No esperen virguerías visuales como las de La fuente de la vida. Ni planos cargantes como los de Pi o Réquiem por un sueño. El luchador es una historia al uso, con un planteamiento, un nudo y un desenlace. Aunque, eso sí, cuidada hasta el más mínimo detalle y con escenas memorables. Como aquella en la que un cliente de la charcutería intenta sonsacarle a Randy dónde le ha visto antes y cómo éste acaba saliendo de la situación. Es una historia recurrente en su planteamiento, llena de tópicos en su desarrollo, pero redonda en su conjunto. Sobretodo por el trabajo de los actores. Rourke interpreta a la perfección un personaje que le viene al dedo y cuenta con Marisa Tomei para que le dé una réplica a la altura de todo un Globo de Oro. Habrá que esperar si los Oscar piensan lo mismo. Una cosa sí es segura. El regreso del chico malo a la ciudad es todo un hecho (M. J. Arias)

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