Crítica de Los mundos de Coraline.
Alicia pasaba al otro lado del espejo y se encontraba con un mundo en el que, como en todo espejo, las cosas funcionaban a la inversa. Coraline Jones lo que cruza es una pequeña puerta en su nueva casa tras la cual halla una realidad alternativa en la que la gente tiene botones en lugar de ojos. Un detalle sin importancia si se tiene en cuenta que en este Otro Mundo los padres son mucho más divertidos y complacientes con sus hijos y los deseos de Coraline son órdenes. Sólo hay un problema. Que no son pasteles todo lo que reluce, ni los Otros Padres tan maravillosos como ella cree en un principio. Ése es el argumento de Los mundos de Coraline, el último trabajo de Henry Selick, director de Pesadilla antes de Navidad, que vuelve a las pantallas con un asombroso espectáculo en stop-motion puramente visual.
Los mundos de Coraline nació como una novela dirigida al público infantil escrita por Neil Gaiman y cuenta la historia de una niña de 11 años inquieta que es separada de sus amigos para mudarse a una aburrida casa aislada del mundo. Bueno, aburrida hasta que para entretenerse empieza a contar sus puertas y ventanas y descubre una pequeña puerta tapiada que la intriga. El hallazgo promete y una noche, siguiendo a unos ratones, (aquí no ha conejo blanco) logra cruzar al otro lado de la puerta. Lo que se encuentra allí es una realidad paralela en la que su Otra Madre y su Otro Padre son mucho más divertidos que los reales, demasiado ocupados con el trabajo como para jugar con ella o hacerle tartas. Pero Coraline no es tonta y se dará cuenta que en todo ese mundo de caprichos hay algo oscuro. Intentará escapar de allí, pero quizás ya sea tarde para volver a su verdadera y aburrida vida.
Con una historia así entre las manos, Henry Selick no podía hacer otra cosa que una película en stop-motion (animación fotograma a fotograma), un sistema de animación casi tan antiguo como el cine, pero que sigue vigente y del que él es un fiel seguidor. Los mundos de Coraline se aprovecha de lo mejor de esta técnica artesanal y el resultado es un cuento, sin más, destinado a los más pequeños. La historia habla de la valentía, de las apariencias y del deber. Coraline es una auténtica heroína infantil. Tiene miedo, como cualquier niño de once años, pero es capaz de sobreponerse a él para salvar a sus padres. Por eso pegó tan fuerte el libro en pleno boom de Harry Potter y por eso la película es como es, con sus pros y sus contras, entre estos últimos el ser un cuento demasiado simple pero con una imagen increíblemente buena.
Lo mejor es la recreación que se ha hecho de esos mundos de Coraline, donde los muñecos cuentan con una expresividad pasmosa (incluso aquellos que en lugar de ojos tienen botones) y el espectador logra verlos como si fuesen de carne y hueso. Además, se trata de un trabajo pionero por ser la primera película rodada en stop-motion que ha sido grabada en 3D, lo cual da como resultado un auténtico festín para la vista. Animación al estilo tradicional, pero que se aprovecha de lo mejor de la tecnología de ahora. Una combinación perfecta. Una buena historia (para niños). Una película redonda en lo visual, pero algo vacía en el contenido. Todo ello acompañado de una música muy sugerente. (M. J. Arias)
sábado, 6 de junio de 2009
Coraline a través de la puerta
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