Crítica de En el punto de mira.
Un mismo punto de partida, ocho puntos de vista, un buen puñado de gazapos y acción en cantidades ingentes. Ése sería, y es, el resumen perfecto para captar la esencia de En el punto de mira, un trabajo solvente donde los haya que cumple su función hasta el último segundo. Entretiene, y mucho. Un sencillo puzle que el espectador irá montando en base a las píldoras informativas que los personajes le proporcionan en dosis de aproximadamente 10 minutos. Pero, cuidado, que los errores no le nublen y le impidan disfrutar de las persecuciones al estilo Bourne.
¿Realmente tiene Salamanca seis millones de habitantes? ¿Y un barrio que parece sacado del mismísimo Tánger? ¿Y por qué su población, alcalde incluido, parecen más oriundos de México D. F. que salmantinos de pura cepa? Misterios del siempre inexacto Hollywood. Uno podría pensar que con Eduardo Noriega en el reparto estos errores (de bulto) podrían haberse evitado. Pero sea porque el santanderino no tenía ganas de enredarse en su debut estadounidense o porque no se maneja demasiado bien con el inglés (no ha más que ver la película en versión original para darse cuenta), el caso es estos pequeños deslices se dan, aunque no desmerezcan la película.
Errores a un lado, la trama de En el punto de mira es de lo más atrayente. El presidente de los Estados Unidos se encuentra en España para asistir a una cumbre mundial contra el terrorismo y se convierte en víctima de un atentado. Dos disparos en el pecho que dinamitan un proceso de paz en ciernes y ponen patas arriba a una ciudad entera. Pero lo más interesante del trabajo de Pete Travis no es lo que cuenta, sino cómo lo hace. Dividiendo la historia en ocho fragmentos cuidados hasta el más mínimo detalle para que los culpables del atentado no sean descubiertos hasta el final, el director potencia una historia simple en su contenido plagado de traiciones.
El planteamiento encaja a la perfección con la idea de obra global en el que, sobre todos, destaca el personaje de Dennis Quaid, quien no se prodiga mucho en el cine. Él, un guardaespaldas, y no el presidente de los Estados Unidos (William Hurt), es el verdadero protagonista y nexo de unión entre todos los cabos sueltos. Nuestro Noriega interpreta a un policía local que se convierte en sospechoso para la seguridad del presidente. Sigourney Weaver ejerce de periodista en una unidad móvil. Forrest Whitaker, de un turista yanki que no suelta su cámara de video ni cuando la Plaza Mayor de Salamanca salta por los aires. En cuanto al resto del reparto (muy extenso, por cierto) destacar a Mathew Fox, a quien el éxito de Perdidos lo ha catapultado hasta el estrellato que supone el formar parte de la escolta del presidente del país más poderoso del mundo. Todo un logro para un actor de teleseries al que el uniforme de la policía municipal española le queda bastante bien.
Lo dicho, pura acción, caras conocidas y entretenimiento para pasar un rato de evasión en la butaca sin necesidad de tener el cerebro conectado al cine por cien. (M. J. Arias)
viernes, 29 de febrero de 2008
Los errores son lo de menos
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