martes, 20 de mayo de 2008

La historia traiciona a Indiana Jones

Crítica de Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal.

Indiana Jones recupera su sombrero, chaqueta y látigo para demostrarnos, en pantalla grande, que no sólo él ha envejecido. También lo han hecho sus creadores. Y ése, principalmente, ha sido el problema de El reino de la calavera de cristal. Tanto George Lucas como Steven Spielberg parecen haber perdido la brújula en el regreso de Indi, al que han obligado a salir de su placentero retiro por petición popular. Quizá esto se vuelva contra ellos, porque no merece la pena el haberlo recuperarlo para hacerlo ir dando tumbos por el mundo con una historia que no es que no se sostenga (tampoco lo hacían las anteriores y ahí residía su gracia) sino que parece una auténtica tomadura de pelo de proporciones espaciales.

La fórmula era fácil –a John McClane le había funcionado-. Bastaba con desempolvar sus antiguos característicos artilugios, hacer unos cuantos chistes sobre lo mayor que estaba, adosarle un nuevo compañero de aventuras, una chica, alguna reliquia que perseguir para llevarla a un museo (donde deben estar las reliquias) y un enemigo al que dar esquinazo. Tampoco era tan complicado, ¿no? El problema es que todo eso lo tiene, pero no encaja.

Los chascarrillos están, sino habría sido un insulto al mito que millones de personas han mantenido vivo. El nuevo compañero, también, pero parece que de vez en cuando se les olvida. Uno acaba sin saber muy bien si se trata de un pardillo adicto a la gomina o un sucesor del apolillado Indiana Jones. Ni lo uno ni lo otro. Para intentar compensar la flojedad del personaje (algunos prefieren echarle la culpa a Shia Labeuf) le dotan con un halo de misterio. ¿Será hijo del doctor Jones? Pero el enigma no lo es tal y cualquier espectador medio lo resolverá en cuanto Mutt (así se hace llamar) aparezca montado en su moto a lo Marlon Brando.

No falta la chica, la madre del muchacho. ¿Para qué disfrazarla con su nombre de casada si todos sabemos que se trata de Marion Ravenwood (Karen Allen)? Por ella el tiempo también ha pasado y lo ha hecho haciendo estragos. Tanto, que ha perdido su gracia innata. La que le hacía apretar el botón equivocado y meter al héroe en más problemas de los que ya tenía. Y, luego está la reliquia, la calavera de cristal, aquella que tiene acceso al saber supremo. Se vuelve a apelar a la fe, como con el Arca Perdida, el Santo Grial o las piedras del Templo Maldito. Pero la calavera no inspira tanta confianza, sobre todo cuando uno descubre cuál es su origen. Entonces, en ese preciso momento, uno piensa: “Se les ha ido la olla por completo (con perdón)”. Baja los brazos y se da por vencido. Cosa que no hacen los malos de la historia, agentes del KGB liderados por la malvada Irina Spalko (Cate Blanchett), una especie de sargento frígida que puede leer la mente humana. O eso creen ella y Stalin, porque aquí los rusos sustituyen a los nazis. Para eso la historia transcurre en plena Guerra Fría.

De todos los personajes sólo uno –aparte obviamente de Indi, que seguirá siéndolo incluso después de esto- resulta simpático. Es el de John Hurt, el profesor Oxley, a quien la calavera le ha vuelto majara y lo convierte en un vagabundo simpático que sabe cómo acceder a ese reino remoto plagado de riquezas y situado en Perú.

La historia flojea y eso es lo decepcionante, pero no todo lo demás, que hay que reconocer que arranca más de una y de dos carcajadas. Indiana no ha perdido gancho con los años y sigue haciendo esos chistes tan malos y obvios que tanto gustan. Tampoco decepciona la acción, con persecuciones al más puro estilo de las anteriores y en las que el viejo Harrison aguanta el tipo. Sólo en la primera, que se produce en el mítico almacén donde quedó olvidada el arca perdida, se puede llegar a temer por su integridad física. Hay serpientes, más bichos repugnantes y muchas, muchas carreras. Y la música sigue siendo tan estimulante y pegadiza como siempre. Puede que el conjunto decepcione, pero hay que verla. (M. J. Arias)

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